La incidencia de la enfermedad de Parkinson, que afecta a unos 100.000 españoles, no para de crecer. Es una enfermedad que aparece asociada principalmente a personas de más de 65 años (un 70% de los afectados), pero que también se puede dar a edades más tempranas (un 30% de los afectados; la mitad de ellos desde los 45 años y la otra mitad aún antes). Así entre las personas famosas que la han padecido, como Muhammad Alí, Deborah Kerr o Katherine Hepburn, tenemos también casos como el del actor Michael J. Fox que fue diagnosticado con tan solo 30 años.
Aunque ha venido siendo frecuente que se diga que es una enfermedad de origen desconocido, algo lamentablemente extensible a muchas enfermedades corrientes hoy en día, lo cierto es que existe un gran número de investigaciones que señalan una serie de posibles factores que pueden contribuir. Entre ellos, y de forma notable, en conjunción o no con otros elementos, la exposición a factores ambientales.
UNA GRAN PARTE DEL RIESGO DE DESARROLLAR LA ENFERMEDAD DE PARKINSON PUEDE ATRIBUIRSE A EXPOSICIONES AMBIENTALES »
En este sentido la Revista de la Asociación Médica Americana, por ejemplo, publicó un artículo sobre la enfermedad de Parkinson en gemelos que fue especialmente elocuente al respecto. Se realizó sobre gemelos idénticos y se vio que aunque un hermano tuviese Parkinson, a pesar del genoma compartido, no tenía por qué tener más riesgo de Parkinson que otras personas. En definitiva, el Parkinson, no era una enfermedad de origen genético, en la gran mayoría de los casos, y apuntaba hacia factores ambientales, como pueden ser los tóxicos.
Es importante también la Declaración de Consenso sobre el Parkinson y el Medio Ambiente que suscribieron un grupo de expertos en toxicología, epidemiologia, genética, neurociencias y doctores que insistía en lo mismo: “una gran parte del riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson puede atribuirse a exposiciones ambientales”, que sólo un pequeño porcentaje, que no superaría el 10%, se podría deber a factores genéticos y que “no solo hay que buscar tratamientos más efectivos sino también prevenir”.
Sin embargo, la prevención no es algo que domine precisamente en los enfoques actuales de buena parte de la medicina en cuanto se refiere a evitar la exposición a contaminantes químicos.
Algo que llevó a comenzar a pensar en que podía existir una vinculación entre la enfermedad de Parkinson y la exposición a algunas sustancias químicas, que fue lo que se vio pasaba con una sustancia llamada MPTP, generada al producir una droga sintética. Se observó que jóvenes del norte de California que se habían inyectado droga contaminada con ese compuesto exhibían síntomas de parkinsonismo. Más tarde, experimentando con monos, se confirmó.
Curiosamente, la MPTP tenía una estructura química algo similar a la de varios pesticidas, lo que llevó a los científicos a indagar. Y desde entonces se han realizado infinidad de estudios sobre el tema. Alguno de estos estudios apunta, por ejemplo, que las personas más expuestas a herbicidas pueden llegar a tener hasta cuatro veces más riesgo de padecer la enfermedad y los más expuestos a insecticidas hasta 3,5 veces más. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos vio que en agricultores expuestos a pesticidas había un riesgo 2,8 veces mayor de padecer la enfermedad.
NO SOLO HAY QUE BUSCAR TRATAMIENTOS MÁS EFECTIVOS SINO TAMBIÉN PREVENIR»
Se han citado distintas sustancias que podrían estar asociadas, con mayor o menor peso de la evidencia, a la enfermedad de Parkinson, entre ellas el manganeso (metal de amplísimo uso industrial), el MPTP, el metanol, el paraquat (un pesticida que es, por otro lado, una de las sustancias que ha generado mayor preocupación), el dieldrin, el glifosato (uno de los pesticidas más usados en el planeta), el plomo, el mancozeb, el maneb (un pesticida con manganeso), pesticidas organofosforados y organoclorados, PCBs, etc.
La fuerza de la evidencia de que una serie de sustancias contaminantes podrían influir en el desarrollo de la enfermedad, lejos de menguar, ha ido creciendo día a día. Así, por ejemplo, investigadores de las Universidades de Duke y Miami, establecieron una asociación entre pesticidas y Parkinson, apuntando que aunque se hayan identificado algunos genes que puedan predisponer, eso sólo afectaría a una pequeña parte de los afectados. Y que, en todo caso, lo que se daría es una interacción entre los genes y los factores ambientales. Por otro lado, es una constante que se da en otras enfermedades para las que, obviamente, los factores genéticos no pueden explicar la rápida expansión de una serie de problemas en las últimas décadas.
Las más diversas investigaciones han sido realizadas con las más diversas sustancias tóxicas en relación a esta enfermedad. Muy interesantes son, por ejemplo, aquellas que estudiaron el contenido en tóxicos del cerebro de personas muertas que habían padecido la enfermedad de Parkinson, comparándolo con los de otros difuntos que no habían padecido la enfermedad. Los primeros tenían en sus cerebros concentraciones significativamente superiores de tóxicos, como ciertos pesticidas organoclorados o del tóxico industrial PCB 153 (poli-cloro-bifenilo 153), entre otros.
Algunos experimentos científicos muestran que, aparte de los efectos de la exposición a tóxicos como los pesticidas a lo largo de la vida, los daños que pueden llevar al desarrollo del Parkinson, aunque sus síntomas más evidentes aparezcan sobre todo a partir de ciertas edades, podrían en realidad haberse iniciado en ocasiones por exposiciones químicas tan tempranas como las que pueden haberse dado ya desde el momento mismo en que esas personas estaban dentro del útero materno.
Es probable que, además de pensar en mejorar los tratamientos que muchas veces no curan sino que solo palían los síntomas, aunque sea importante mejorar la vida de las personas afectadas, deba hacerse un mayor esfuerzo en la prevención, como la que puede tener que ver con la exposición a contaminantes: «Más vale prevenir que curar».
CARLOS DE PRADA Responsable de Hogar sin Tóxicos y autor de La Epidemia Química (Ediciones i)
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº 17