La Medicina Ambiental va a ser en el siglo XXI lo que representó la microbiología y la lucha contra las enfermedades infectocontagiosas para el siglo XX. No es un deseo, es lo que creo firmemente. Y quien va a provocar este cambio –ya estamos en ello–, no será tanto la propia medicina –aunque hay numerosos grupos que trabajan en este campo y empiezan a trasladarlo a la práctica clínica–, como lo es la conciencia medioambiental de los ciudadanos y de sus grupos organizados.
Un estudio de Mapfre de noviembre de 2010 indicaba que el 88,7% de la población española de más de 18 años percibía que existía una influencia muy grande entre la toxicidad medioambiental y la salud. Un 52% de los franceses en un estudio similar indican la percepción de falta de compromiso de sus gobiernos en este campo. En tiempos de crisis económicas las barreras de protección medioambiental son más permisivas, hay más posibilidad de contaminar a coste de un supuesto progreso económico.
El ser humano ha generado un impacto medioambiental allí donde ha llegado, sobre espacios y sobre animales. Cada vez que colonizamos un área natural, se ha notado que en cada época de la humanidad aumenta nuestra capacidad de modificar a peor el espacio medioambiental. Tras la industrialización esto ha ido a más, especialmente en relación a los tóxicos en el desarrollo de la industria química y su aplicación a los usos y costumbres.
A partir de la I Guerra Mundial se produjo un auténtico salto al vacío en su repercusión en el ser humano, de forma directa e indirecta. Hoy vivimos en un mundo tóxico. Nosotros y nuestros hijos. Un viaje de ida y vuelta, porque lo que hemos sembrado en el medioambiente comienza a sernos devuelto en forma de aire contaminado, vegetales con pesticidas, aguas de consumo contaminadas, plástico por doquier, peces con metales pesados que nos comemos, carne industrializada, cosméticos, productos de limpieza, componentes del hogar, alimentos hiperprocesados indefinidos, etc.
El papel de lo químico, lo medio-ambiental, comienza a ser considerado como agente etiológico, origen de muchas enfermedades, como causa primordial o como causa asociada o potenciadora principalmente en algo tan creciente como son las enfermedades crónicas que abarcan desde enfermedades neurodegenerativas (Parkinson, ELA, Alzheimer, Esclerosis Múltiple…), procesos cardiovasculares (papel sobre el impacto de tóxicos medioambientales en el sistema mitocondrial de las células cardiacas, o en el sistema eléctrico cardiaco), hormonales (como disruptores endocrinos, simulando la acción hormonal y compitiendo con ellas en los receptores de los tejidos como ocurre con los derivados de los plásticos que actúan como pseudo-estrógenos, en la génesis de la diabetes mellitus o en el hipotiroidismo no autoinmune, en infertilidad tanto femenina como masculina), en el campo neonatal (embarazo, con placentas con presencia de tóxicos y con recién nacidos que vienen ya con cargas medioambientales) o en campo de la pediatría (problemas en el desarrollo intelectual con incremento de alteraciones en edades tan sensibles como la primera infancia), alergias constantes en forma de crisis asmáticas, bronquitis que han cambiado la estacionalidad para presentarse clínicamente de otras formas, o procesos tumorales (cáncer linfático, de próstata, mama, estómago o páncreas, leucemias…). Hay más…
Somos una sociedad consumista –todos somos responsables en mayor o menor medida–, que produce, según datos de la OMS del 2012, más de 5 millones de muertos directos por causas medioambientales. Tengo la impresión que son datos infravalorados. Porque aunque ya el informe Lalonde señalaba que uno de los determinantes esenciales de la salud era un buen espacio medioambiental, este factor no ha estado considerado hasta hace bien poco en su dimensión real.
Si en el mercado europeo hay más de 100.000 sustancias químicas, y sólo 30.000 han sido supervisadas por el sistema y programa REACH (registro, evaluación y autorización de sustancias químicas), y de ellas en un 3% ha sido verificada su inocuidad podemos decir que los ciudadanos estamos claramente expuestos y desprotegidos, máxime cuando se puede indicar también que no hay espacio en el globo terráqueo que esté indemne a los tóxicos medioambientales, pues el don de su capacidad de expansión es altísimo.
Para la medicina más tradicional pensar sobre el papel de los tóxicos medioambientales en relación a las enfermedades es algo infrecuente. No hay tradición en ello, no hay formación tampoco. Sólo la Toxicología como superespecialidad (ambigua, pesada, poco atractiva en general para la clase médica) le ha puesto interés, pero lo hace con criterios que hoy no nos sirven, porque sus criterios se basan en exposición masiva o aguda, profesional o accidental y hay pocos estudios sobre exposición crónica, constante, continuada y multiplicada por el hecho que supone la presencia de diversas sustancias aun a dosis pequeñas, pero que son capaces de generar nuevas reacciones, ya sea como compuestos nuevos o intermedios que a su vez pueden interaccionar con tejidos, células, rutas metabólicas o reacciones genéticas. Un mundo desconocido, una gran caja vacía.
¿Cómo se determina? ¿Con qué criterio se determina? ¿Qué niveles de toxicidad se toleran? Son todas preguntas que hoy con los nuevos modelos de enfoque de la medicina ambiental no tienen respuesta segura. Los niveles “aceptados” de determinados tóxicos en sangre por la toxicología, por ejemplo, que servían antes para hablar de nivel aceptable sin repercusión médica, no sirven hoy en día para este nuevo modelo de análisis de relación entre tóxicos medioambientales y salud. Entre otras cosas porque estos productos suelen tener apetencia por los tejidos grasos, se acumulan en ellos, y aquellos con un alto componente de tejidos grasos, como el cerebro, tienen más posibilidades de acumularlos. No hay por lo tanto a veces relación directa entre niveles de sangre y presencia de los mismos en tejidos o células donde suelen estar en mayor concentración.
Buscar formas de medida útiles es una prioridad. Nuestro grupo (CMI-Clínica Medicina Integrativa) viene observando en nuestros pacientes la presencia de determinados componentes de distinto origen en sus organismos. No podemos todavía establecer relaciones causa-efecto directa entre presencia de un determinado tóxico o de varios de ellos y su relación con tal o cual patología que presenta el paciente, pero hay datos muy sospechosos, por ejemplo, cuando la profesión del paciente ha sido una profesión que conllevó manipulación o exposición a tóxicos (pintores de la industria automóvil, pintores industriales, curtidores, agricultores, trabajadores de jardines, personal de vuelo…) las cargas de tóxicos son mucho más altas que en la población general. Y además en relación con determinadas enfermedades como cuadros neurodegenerativos, cansancio crónico inexplicable, hepatopatías crónicas no virales, determinados tipos de tumores, etc. Son personas con más riesgo de exposición, más tiempo y muchas veces sin conocimiento de protección profesional, de seguridad e higiene en el ámbito laboral. No hay que inferir de todas formas que sólo las personas con determinadas profesiones tienen este riesgo, porque hoy, por la forma de vida, todos estamos expuestos a mayor o menos cantidad de tóxicos.
Los estudios que hacemos dentro del diagnóstico de Biorresonancia de Med-Tronik-Mora nos permiten evaluar la presencia de metales pesados (plomo, arsénico, cadmio, níquel, aluminio…) y de tóxicos medioambientales como dioxinas, formaldehído, isocianatos, lindanos (ectoparasiticidas usados en cremas, lociones, champús, entre otros), disolventes, hidrocarbonos poliaromáticos, PCBs (bifenil policlorinados), PCPs (pentaclorofenol, protectores de madera, albañilería…), piretrinas y otros insecticidas, como los endosulfanos (retirados en España en 2010 y muy usados en agricultura, que contaminan gran parte de las aguas en nuestro país), DDT, hexaclorofeno, aldrinas (plaguicida permitido hasta 1969), atrazinas, melation (insecticida organofosforado) y paration, entre otros.
Son ejemplos de determinaciones en tejidos, no en sangre.
¿Quiénes pueden estar más preocupados por la presencia de tóxicos medioambientales en su organismo? Evidentemente aquellas personas que hay sido estudiadas por la medicina bajo protocolos tradicionales y no le han encontrado nada que relacionen con sus síntomas y aquellas personas que presentan vías de detoxificación hepática lentas. Los primeros porque ante determinados síntomas o enfermedades deben ampliarse las posibles causas de origen de su patología, los segundos porque el amplio y ya conocido en gran parte campo de la detoxificación hepática –hoy en día puede ser evaluado–, permite en numerosas ocasiones encontrar opciones de tratamiento y eliminación de tóxicos medioambientales.
Para la medicina actual –nosotros trabajamos en el campo de la Medicina Integrativa–, pensar en tóxicos medioambientales debe empezar a ser tan usual como en bacterias o virus. Y conocer el cómo se detoxifica es esencial para poder ayudar a numerosas personas.
Autor: José Francisco Tinao
Web: medicinaintegrativa.com
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº4