Todos pensamos que nuestro hogar es un lugar seguro y sano para nosotros y nuestros seres queridos. Lamentablemente no siempre podemos decir que nuestra casa es lo saludable que creemos, siendo, en algunos casos, la causa de muchas enfermedades que tienen su raíz en la exposición a factores geoambientales.
No es difícil encontrar casas con elevados índices del peligroso gas radón, o casas donde nuestra exposición a campos electromagnéticos es muy alta, pero como no los sentimos vivimos inmersos en una nube de radiaciones electromagnéticas que, a la larga, nos pueden provocar graves enfermedades.
Vivir durante años expuestos a campos eléctricos que aumentan nuestros niveles de cortisol, la hormona del estrés, puede causarnos graves enfermedades degenerativas. O no disponer de los niveles adecuados de melatonina por la misma razón puede ocasionar que nuestro organismo no regenere los órganos y sistemas de la forma adecuada. Sin contar con el desgate que causa el no dormir bien durante años. Cada día está más claro que la exposición a campos electromagnéticos produce efectos biológicos, y estos efectos, en algunos casos, pueden provocar, en exposiciones prolongadas en el tiempo, problemas de salud que pueden ser graves.
Otro factor conocido y estudiado dentro de la salud geoambiental es lo que denominamos radiaciones naturales, que son los efectos de las variaciones de los campos geofísicos terrestres.
Sabemos que dormir en áreas de estrés geopático, como la provocada por la Red Curry, induce graves daños de todo tipo, en función del órgano o sistema expuesto. Hemos podido constatar con los años que tener, por ejemplo, una articulación en una de estas zonas provoca un desgaste prematuro de la misma e incluso enfermedades más graves.
En nuestras casas manejamos a diario múltiples productos químicos sin ser conscientes del efecto que los mismos pueden causar en nuestra salud. Vivimos en entornos urbanos donde el aire que respiramos es cancerígeno, o por lo menos es lo que dice la Organización Mundial de la Salud (OMS), que lleva años avisando de los riesgos que nuestro actual ritmo de vida tiene en nuestra salud. Según estimaciones de 2012, la contaminación atmosférica en las ciudades y zonas rurales de todo el mundo provoca cada año 3,7 millones defunciones prematuras.
De los contaminantes más problemáticos el más desconocido y, por tanto, el que habría que destacar, es el llamado material particulado. Se trata de una mezcla de partículas líquidas y sólidas, de sustancias orgánicas e inorgánicas que se encuentran en suspensión en el aire. El material particulado forma parte de la contaminación del aire. Su composición es muy variada y podemos encontrar, entre sus principales componentes, sulfatos, nitratos, amoníaco, cloruro sódico, carbón, polvo de minerales, cenizas metálicas y agua. Se clasifica en función del tamaño y se suelen medir dos dimensiones de su diámetro aerodinámico. Las PM 10 son las partículas que tienen un diámetro de 10 micrones (millonésima parte de metro). Estas partículas pueden penetrar y alojarse en el interior profundo de los pulmones. La exposición crónica agrava el riesgo de desarrollar cardiopatías y neumopatías, así como cáncer de pulmón.
Después tenemos las PM 2,5 que tienen un diámetro más pequeño. Mientras que las partículas PM 10 quedarían retenidas en las vías respiratorias, produciendo efectos a nivel de sistema respiratorio, las partículas menores, como las PM 2,5, tienen la capacidad de pasar al torrente sanguíneo por lo que pueden, potencialmente, dañar cualquier órgano o sistema. Algunos científicos han propuesto que las partículas ultra finas pueden ser especialmente tóxicas ya que tendrían más probabilidades de penetrar e interactuar con las células. según la EPA, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos, en los hogares la tendencia es que las concentraciones de tóxicos sean entre 2 y 5 veces mayores que en el exterior. Por tanto, no debemos pensar que el aire que respiramos en casa está más limpio que el de la calle sino todo lo contrario.
Otras sustancias que nos ro-HAP, hidrocarburos policíclicos aromáticos. Este contaminan-te lo podemos encontrar en casi todas partes puesto que se forma por la combustión del carbón y del petróleo y sus derivados. También emana a la atmósfera en los incendios forestales o quemas de madera y por la actividad volcánica. Se utiliza en la producción de plásticos, pesticidas, tintes y en el asfalto de todas nuestras calles y carreteras. Entre los HAP destacaríamos el benceno, el benzopireno, el naftaleno, el fenantreno y el antraceno, aunque existen muchos más muy tóxicos y contaminantes ya que son muy persistentes, pudiendo encontrarse incluso en plantas que los han absorbido, plantas que después comemos. Otra característica es que son liposolubles, es decir se disuelven bien en la grasa, y esto les confiere una gran capacidad mutagénica y cancerígena. Y sí, en casa también tenemos HAP.
El formaldehído es otro gran desconocido. Pertenece a la familia de los compuestos orgánicos volátiles (COV), pero debido a sus efectos en la salud y a su amplio uso por parte de la industria merece tratarlo de forma específica.
Sus efectos en la salud están bien establecidos y está clasificado como un cancerígeno humano del grupo 1, aunque en ciertos momentos de la historia reciente ha llegado a tener tres clasificaciones distintas en función del área del planeta, una para EE.UU., otra clasificación en la UE y otra en la OMS. Además de ser cancerígeno está considerado como disruptor endocrino.
Es otro de esos tóxicos que está en todas partes. España es el mayor productor de Europa. Lo podemos encontrar en telas, lacas, barnices, pinturas, tableros de madera, resinas, adhesivos, etc. Pero también en productos de higiene, cremas, champús, detergentes, jabones, pomadas, laca de uñas, dentífricos, etc.
A nivel doméstico podemos tener varias formas de contacto con él. La principal puede ser la inhalación por la emanación que podemos tener de algunos muebles o barnices. Es curioso constatar que, a pesar de que es cancerígeno, no se han retirado del mercado productos con altos contenidos de formaldehído, como los barnices para parquet con urea-formol. Otra forma de entrar en contacto es por la piel. Es muy habitual encontrarlo en las prendas recién adquiridas y con procedencias asiáticas, donde se emplea en grandes cantidades. No es de extrañar que por el uso de una nueva prenda de ropa tengamos una especie de urticaria irritante. Por eso es conveniente lavar las prendas recién adquiridas, si es con bicarbonato mejor. En algún caso será necesario lavarlas hasta en dos ocasiones para que desaparezca todo el formaldehído que contienen.
También es recomendable que cuando instalemos muebles nuevos, tengamos la precaución de ventilar más a menudo y durante más tiempo. Si bien es cierto que los muebles nuevos tienen un cierto nivel de formaldehído, éste es muy bajo y desaparece en unos dos o tres meses. Esto es aplicable a los de origen de la Unión Europea. Para orígenes exóticos lo ideal sería comprobar su emisión tóxica antes de instalarlos en casa.
A nivel laboral existe un valor límite para exposiciones de corta duración (30 minutos) de 0,3 ppm, pero en la Fundación para la Salud Geoambiental creemos que este valor se debería eliminar y no exponer a ningún trabajador al formaldehído. Por supuesto, el valor establecido en nuestras normas de evaluación geoambiental son 0,0 ppm para cualquier hogar u oficina.
El ozono es otro de los productos que causan cierta confusión. Mucha gente tiene la creencia de que es “bueno” ya que se utiliza en medicina y estética para mejorar la piel y otros tratamientos. La realidad es que el ozono es bueno y malo, depende del lugar donde esté. En la ionosfera es bueno ya que nos protege de las radiaciones de alta energía que provienen del espacio. A nivel del suelo, en la troposfera, es un contaminante muy peligroso y es un biocida, es decir elimina cualquier forma de vida. No es recomendable usarlo como si fuera un producto inocuo y debemos intentar no producir mayor nivel de ozono utilizando por ejemplo equipos de ozonización. Estos equipos están pensados para tratar espacios donde una contaminación bacteriana pueda ser un problema, pero no para limpiar la casa. Entre otras razones porque en nuestro entorno existen seres vivos, bacterias y hongos, que son necesarios para el desarrollo normal y equilibrado de la vida. Son lo que llamamos microorganismos eficientes.
Curiosamente encontraremos más ozono en las zonas con mayor vegetación de las áreas limítrofes a los grandes centros urbanos que en el propio centro de la ciudad. Esto es debido a que el ozono se forma por la interacción con los dióxidos de nitrógeno (NOx) de los tubos de escape y la radiación UV solar, y ésta es mayor en esas áreas limítrofes libres de la capa de contaminantes que impide el paso normal de la luz.
El ozono también lo podemos encontrar en oficinas, cerca siempre de las fotocopiadoras o impresoras láser. Por eso es recomendable no tenerlas cerca del puesto de trabajo. Es mejor que “corra el aire”, así además haremos algo de ejercicio para ir a buscar los papeles a la impresora cada vez que imprimamos. Entre los dióxidos de nitrógeno el más popular el NO2. Este gas de color parduzco aparece con frecuencia en el cielo de nuestras ciudades, sobre todo en las grandes.
En la naturaleza también se produce este gas: cuando un volcán erupciona, cuando se quema un monte o se descomponen nitritos orgánicos. Pero la mayor parte de los NOx que hay en el planeta la producimos los seres humanos en la combustión de los motores de los vehículos, fundamentalmente los diesel, y una vez en la atmosfera, se oxida y se convierte en NO2. Es también un potenciador del material particulado, sobre todo de partículas finas PM 2,5 que son las más perjudiciales, como ya hemos comentado antes. En su reacción con la luz ultravioleta del sol es un precursor de O3, ozono troposférico. Así que el NO2 es un gran contaminante, y si lo redujésemos se conseguiría también reducir los otros. Parece lógico pensar que las autoridades trabajan en esa línea, pero no parece que sea así a la vista de los resultados.
Existen otros tóxicos que podemos tener es casa, aunque son menos frecuentes, como es el dióxido de sulfuro o dióxido de azufre (SO2). Este gas es incoloro, pero tiene un olor irritante y se percibe a dosis muy bajas. Forma parte del material particulado, concretamente en el de PM 10, y en presencia de humedad forma sulfuros. Es el responsable la famosa lluvia ácida de la que todos hemos oído hablar en alguna ocasión. Como la gran mayoría de los tóxicos que nos rodean tiene su origen en la combustión de fósiles como el carbón o el petróleo.
No es habitual encontrar niveles altos en un hogar, salvo que se den algunas circunstancias específicas. Por ejemplo, en lugares donde se utilicen chimeneas de leña o en casas con mucha afición por los inciensos, que son tóxicos por muy naturales que sean.
El dióxido de azufre también se ha asociado a problemas de asma y bronquitis crónica, aumentando la morbilidad y mortalidad en personas mayores y niños. Es un veneno altamente nocivo para la salud de las personas, si bien son las plantas las que menos toleran sus efectos. Por ejemplo, un nivel de 300 μg/m3 (micro gramo por metro cúbico de aire) es un valor que implica un potencial riesgo para la salud humana, pero para los árboles un valor de 200 μg/m3 ya es muy grave. En las plantas el dióxido de azufre se introduce en ellas produciendo una necrosis foliar.
Como curiosidad, a pesar de ser un contaminante muy perjudicial, es también un aditivo alimenticio muy utilizado al tener características conservantes y antibacterianas. Se conoce como E220 y se emplea en vinos (los famosos sulfitos), cervezas, zumos, caramelos, yemas de huevo y otros productos con huevo.
Como se puede comprobar, son múltiples los riesgos que podemos tener en nuestro dulce hogar. Quizá sería bueno pensar un poco más en cómo podemos mejorar nuestro entorno más cercano para que nuestra salud también se vea beneficiada al vivir en un espacio más sano. La salud geoambiental es la herramienta que nos puede ayudar a conocer mejor nuestra casa y los factores a mejorar para cuidar nuestra salud.
JOSÉ MIGUEL RODRÍGUEZ, Director Fundación para la Salud Geoambiental
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº11