Es un hecho que todos los seres humanos sentirán estrés en algún momento de su vida. En un proceso sano y normal de adecuación al entorno, los seres humanos experimentarán una dosis positiva de estrés que les ayudará y motivará para realizar la tarea oportuna. En ocasiones, dicho estrés se circunscribirá a un periodo breve o a alguna situación coyuntural, pero en otras ocasiones sentirán estrés durante un periodo más largo, más complejo, más profundo: el fallecimiento o la enfermedad crónica de alguien cercano, una relación laboral complicada o una situación de pareja conflictiva.
Ante determinadas situaciones nuestro cuerpo reacciona poniéndose en “alerta”. Es un mecanismo natural cuyo objetivo es la “supervivencia”, y nos posibilita a reaccionar física, fisiológica y cognitivamente con mayor eficiencia en situaciones de peligro o de amenaza. El problema surge cuando la situación que provoca el estrés es persistente en el tiempo o es de una gran intensidad. En estas ocasiones puede interferir en nuestra capacidad para llevar una vida normal. Nos puede desbordar, bloquear, desorganizar motora y cognitivamente, y no sabemos qué hacer, incluso ante circunstancias cualesquiera.
El estrés prolongado en el tiempo ocasiona fatiga permanente, incapacidad para la concentración, irritabilidad desproporcionada o incluso, ante situaciones insignificantes, puede enlazarse con eventos traumáticos ya vividos, sin que, en realidad, exista motivo o nexo causal para dicha conexión. La conclusión es que el estrés es peligroso.
También afecta a nuestra salud física. El cuerpo humano reacciona ante el estrés activando unos mecanismos internos de respuesta. Estas reacciones son algo natural y beneficioso. En ocasiones, ante un susto o una situación inesperada, nos da un “vuelco el corazón”, o nos sudan las manos ante una entrevista de trabajo. La ciencia ha dado una explicación a estas reacciones. Nuestros antepasados vivían en un mundo adverso y lleno de peligros. Estas reacciones, causadas por determinadas hormonas, les ayudaron a sobrevivir.
Cuando la causa temporal de nuestro estrés es coyuntural y temporal, los efectos físicos también lo son, y cesan cuando cesa el motivo que los causa. Sin embargo, una mente estresada durante un tiempo prolongado, tiene como consecuencia que las reacciones físicas activadas por el estrés, también se prolonguen en el tiempo. Tendremos el cuerpo “activo” y “en alerta”, es decir, en situación de estrés durante todo el tiempo que se prolongue la causa del mismo. Esta persistencia en el tiempo puede acarrear problemas para la salud.
Es un hecho que el estrés envejece. El envejecimiento del cuidador de un enfermo crónico o de una persona incapacitada es, exponencialmente, mayor al de una persona de la misma edad y características que no está sometido a dicha situación. Las hormonas que nos ayudan a “sobrevivir”, a dar “una respuesta rápida” ante la amenaza, no nos permiten regenerar nuestro cuerpo a un nivel normal, y alteran el sistema inmunológico del cuerpo. Nos hacen más frágiles, desciende nuestra capacidad de respuesta motora, nuestra funcionalidad, aumentan las posibilidades de enfermedades coronarias, de diabetes, de artritis, de algunos tipos de cáncer, etc. Incluso nos impide bloquear ciertas toxinas que pueden dañarnos.
Ante un impacto intenso e imprevisto, podemos sufrir disfunciones severas del corazón, incluso en personas que antes de dicha situación eran saludables. Aunque desconocemos si un estrés crónico puede causarnos por sí mismo una enfermedad del corazón, sí es cierto que el estrés sostenido en el tiempo incide sobre factores de riesgo ya existentes, empeorando, por ejemplo, la hipertensión, los niveles de colesterol, de cortisol y de noradrenalina, con las consecuencias aparejadas que conllevan. Las reacciones violentas y hostiles en personas que están bajo estrés propician el riesgo de sufrir enfermedades coronarias.
EL ESTRÉS PROLONGADO EN EL TIEMPO OCASIONA FATIGA PERMANENTE, INCAPACIDAD PARA LA CONCENTRACIÓN O IRRITABILIDAD DESPROPORCIONADA
La desesperación, una de las emociones que pueden surgir en situaciones sostenidas de estrés, nos puede conducir a una depresión crónica, a dejar de cuidar nuestra dieta, y a abandonar otros hábitos de vida saludable, a abusar del alcohol, el tabaco, los dulces, las dietas descompensadas, con el riesgo de sufrir obesidad, ataques al corazón, etc.
Todos estos motivos nos llevan a la importancia y necesidad de aprender herramientas para la gestión del estrés, lo que nos ayudará a prevenir o disminuir ciertas enfermedades, y también a recuperarnos con mayor celeridad después de haber sufrido alguna de ellas, por ejemplo, en algunas dolencias de corazón. Aprender cómo manejar aquellas situaciones que nos estresan, aquellas situaciones que se presentan en cualquier momento de nuestra vida y que tienen la capacidad de noquearnos, de desbordarnos, en fin, de estresarnos, es una “inversión” en nuestra salud y, ¿por qué no?, en nuestra felicidad.
LAS REACCIONES VIOLENTAS Y HOSTILES EN PERSONAS QUE ESTÁN BAJO ESTRÉS PROPICIAN EL RIESGO DE SUFRIR ENFERMEDADES CORONARIAS
Las situaciones estresantes más comunes y recurrentes son las enfermedades de larga duración en la familia, recuperación de un accidente, presión en el trabajo, duelos, que surgen de forma inesperada a lo largo de nuestra vida en muchas ocasiones. Ser conscientes, tener identificadas las causas que nos estresan o nos pueden estresar, es un paso importante a la hora de corregirlas y disminuir sus efectos. Definamos y analicemos estas situaciones estresantes para elaborar un plan de acción y una estrategia, potenciando habilidades y herramientas útiles que nos ayuden a eliminar o minimizar los riesgos.
Utilizar rutinas, como vigilar el estado de ánimo, analizar las causas y pensamientos en los días en los que nos sintamos estresados, nos puede ayudar a ser conscientes de que nuestra respuesta es desproporcionada con la causa y que la situación es mucho menos seria, preocupante y estresante de lo que creímos al principio.
Gestione racionalmente su tiempo, estudie su “orden del día” de forma objetiva y eficiente, dando prioridad a lo que la tiene, aprendiendo a delegar tareas, comparta responsabilidades y elimine lo que no es indispensable.
Cuidarnos, reservar un tiempo semanal para nosotros mismos, nos ayuda a “abrir una ventana de aire fresco” en nuestra visión de los problemas. Esto nos permite bloquear o reducir las respuestas físicas de nuestro cuerpo ante el estrés. Apague el teléfono, cierre el ordenador, la tele, la tablet, practique la soledad, el silencio, haga ejercicio, pasee, medite o escuche música. Tome distancia física y/o mental con aquellas situaciones que le enfaden, que le preocupen, en definitiva, que le estresen. Cuando sienta que empieza a “activarse”, respire, cuente hasta diez, controle sus emociones, utilice aquellas herramientas que le conducen a la “calma”, y libere su presión. Y sobre todo, permítase, perdónese, acéptese, sea consciente de lo inevitable. La vida, las personas y usted mismo no son perfectos. No sea “esclavo” de la perfección.
BELÉN RODRÍGUEZ, Directora del proyecto Yo cambio el mundo cambiándome yo
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº14