MUY POCOS ONCÓLOGOS SE OCUPAN DE LA PREVENCIÓN DEL CÁNCER”
Nicolás Olea. Granada, 1954. Catedrático de Radiología y Medicina Física desde 1996. Es uno de los pioneros en España en la investigación del impacto de los tóxicos en el sistema endocrino y por ende en el desarrollo de tumores, la obesidad o la diabetes, relación de la que no tiene ninguna duda. Trabajador incansable, habla sin pelos en la lengua del desierto que muchas veces se encuentra cuando expone sus investigaciones ante el resto de la comunidad científica y los comités de evaluación.
¿Los años van dando la razón a sus teorías?
Rotundamente sí. No sólo corroboran los datos iniciales, sino que además los están sobrepasando. Al principio había pocas evidencias, centradas sobre todo en los estrógenos –las hormonas femeninas–, que ahora han sido muy documentadas, y además tenemos buenas asociaciones entre la exposición a ciertas sustancias con actividad antiandrogénica y sus efectos en salud, y sobre la exposición ambiental y trastornos como la obesidad y la diabetes.
¿Sobre qué compuestos investigan?
Cuando comenzamos nuestros estudios a finales de los ochenta, el foco estaba fundamentalmente en los pesticidas, en el famoso DDT y sus derivados. Luego se extendió a los PCBs y las dioxinas; después vinieron los organoclorados y los plásticos, los alquifenoles y los detergentes, y en el año 2000 los cosméticos y los textiles.
O sea, todo.
En realidad estamos hablando de no más de varias decenas de sustancias –las más peligrosas–, con propiedades muy útiles para la fabricación de productos manufacturados por parte de la industria, pero que son enormemente perjudiciales para la salud, con una influencia directa en la generación de tumores o en la infertilidad, diabetes, obesidad y trastornos del desarrollo.
LA MAYORÍA DE LOS MÉDICOS ONCÓLOGOS ESTÁN CENTRADOS EN HACER UN BUEN DIAGNÓSTICO Y UN TRATAMIENTO PUNTERO, Y PRÁCTICAMENTE NINGUNO DA PAUTAS A LOS ENFERMOS DE CÓMO EVITAR LA REAPARICIÓN DEL TUMOR UNA VEZ DADOS DE ALTA
Es curioso que los médicos no digan nada de esto a sus pacientes. ¿Quién debería dar esta información?
Los médicos de cabecera tienen poca información al respecto, por lo que difícilmente van a transmitir un mensaje con recomendaciones que ayuden a la disminución de las exposiciones. Ellos, al igual que gran parte de la población, confian en que todo está bajo control y que los sistemas de protección son lo suficientemente estrictos como para permitir exposiciones inadecuadas.
En el caso de los oncólogos, la mayoría de ellos están muy volcados en el diagnóstico y los tratamientos oncológicos, pero a muy pocos les interesa todo lo que se está investigando en prevención de la enfermedad o de una reaparición una vez dada el alta del paciente. Esta información la están dando fundamentalmente las asociaciones de pacientes que ya han padecido un tumor y le han visto las orejas al lobo.
Al menos las asociaciones de pacientes están en ello.
Sí, pero es una información que cualquier enfermo querría tener de su propio médico. El otro día llegó a mi despacho una mujer de 42 años a la que habían extirpado un tercio de una mama. Tras la cirugía y la quimio todo había ido muy bien, y su médico la citó para dentro de 18 meses con un lacónico “cuídate”. Esta mujer, joven, tenía una sola pregunta: “¿y cómo me cuido?”. Si ya ha desarrollado un tumor, es muy posible que vuelva a aparecer. ¿Qué debo hacer, que hábitos debo cambiar si mi vida era aparentemente sana?
¿Y esta falta de información a los pacientes es porque la clase médica no conoce estas investigaciones?
Una de mis funciones es recorrerme el país explicando a las sociedades médicas todos nuestros hallazgos, pero aún hay muchos colegas que consideran que estos datos que defendemos son opiniones. Aunque pueda sonar pretencioso, se olvidan de que mi grupo acumula más de 12.800 citas en biomedicina en revistas internacionales de prestigio. Esto nos situa en el grupo de cabeza en cuanto a citaciones científicas en la Universidad de Granada. Yo les respondo: “No, mire usted, opinión es la que usted está dando ahora mismo. Esto de lo que yo le hablo es ciencia formal”.
¿Qué recorrido tienen sus estudios una vez concluidos?
Lo primero es publicar en revistas científicas internacionales de primer nivel. Todos los años nuestro grupo publica cerca de 20 papers en revistas punteras. Cumplimos con las reglas de juego que se exigen, y jugamos en primera división. A partir de ahí, quien tenga oídos para oír, que oiga. Los profesionales más cultos, que se forman, conocen todo lo que se está haciendo. Lamentablemente hay otros que prefieren ir por otros canales.
¿Y qué dicen de sus investigaciones los que tienen que tomar la decisión de regular?
Los estudios son analizados por comités a los que los resultados nunca les parecen suficientemente convincentes, bien porque los datos les resultan insuficientes o porque dicen que son contradictorios. Ante la supuesta insuficiencia de datos, yo les planteo ¿cuánta evidencia necesitan para decidir y hacer cambios?, porque no podemos estar años y años realizando estudios y más estudios sin que las evidencias que tenemos encima de la mesa sean suficientemente convincentes para los reguladores.
¿Dónde está el problema?
Nosotros desde el principio quisimos centrarnos en los efectos que tenían los químicos sobre las personas, no en su mecanismo de acción, y a veces es difícil cumplir todos los criterios que se nos exigen porque es muy complicado dibujar una línea recta entre una sustancia y una enfermedad. Lo que ofrecemos son datos, números, estadísticas, que pueden tener más o menos fuerza, pero que plantean una sospecha razonable para establecer la asociación entre exposición y enfermedad.
¿Cómo son sus estudios? ¿En qué consisten?
Hacemos estudios de dos tipos: unos de cohorte, que son largos y con mucha población, y además estudios casos-control. En los de cohorte se coge un grupo de población de edad similar, se hace un seguimiento durante muchos años de su estilo de vida y se analiza cómo van enfermando. En los estudios casos-control se coge a una persona enferma y a otra sana de características similares y se va indagando sobre sus estilos de vida para ver qué ha podido pasar para que uno enferme y el otro no.
¿Y eso de que los resultados son contradictorios?
Eso lo dicen porque frente a una abrumadora cantidad de evidencias de la influencia de los químicos en el sistema endocrino, hay algunos pocos estudios, generalmente pagados por la industria, que no arrojan resultados tan concluyentes. Sin embargo, se olvidan de que están obligados a legislar siguiendo el principio de precaución, según el cual ante la incertidumbre hay que actuar con cautela.
Si una persona no se puede permitir que todos sus productos cotidianos sean ecológicos, ¿por dónde le animaría a empezar? ¿Qué es lo que considera imprescindible?
Desde el punto de vista de la disrupción endocrina hay que actuar en tres frentes de exposición que parecen contribuir a la incorporación de estos compuestos a nuestro organismo: la alimentación, la cosmética y los textiles. Es importante evitar la agricultura intensiva y la convencional para no exponernos a los pesticidas, y optar por alimentos ecológicos. Además hay que evitar los envases de plástico y por supuesto no reutilizar las botellas de agua. No se deben calentar en el microondas los tuppers ni ningún contenedor de plástico duro, por muy bien que aguanten el calor, y se debe cocinar en utensilios libres de perfluorados. Finalmente hay que vigilar la cosmética y evitar los parabenos, ftalatos, benzofenonas, etc. y los filtros ultravioleta, así como los componentes de los textiles.
Los dermatólogos todos los años hacen campaña promoviendo los filtros solares.
Los dermatólogos saben perfectamente que el código europeo contra el cáncer, así como el IARC (Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer), es muy claro al advertir del gran riesgo de exposición solar y que hay que evitar el sol en las horas centrales del día. Esto se sabe desde el inicio de los tiempos. Nuestros bisabuelos no salían al campo cubiertos como moros, con manga larga y sombreros, solo por estar más guapos, sino porque sabían que el sol es peligroso. Puede producir un daño irreparable, y la única solución es no exponerse entre las 12.00 y las 17.00 horas. No hay ninguna razón para tener a un niño en la playa a la una de la tarde embadurnado de blanco. Yo entiendo que este mensaje es difícil en un país en el que el sol es tan importante, pero es la realidad. Hace años los científicos de la Universidad de Zúrich fueron muy claros al advertirnos de que los filtros ultravioleta son antiandrogénicos, es decir, que no tienen nada de inocuos.
LOS FILTROS SOLARES NO SON INOCUOS, SON ANTIANDROGÉNICOS. LA MEJOR MANERA DE PROTEGERSE ES EVITAR EL SOL EN LAS HORAS CENTRALES DEL DÍA
¿Todos los filtros son peligrosos?
Los filtros minerales, a base de óxido de titanio o zinc, sí son seguros, pero en la actualidad prácticamente ningún filtro es exclusivamente mineral.
¿Cómo se evitan todos esos compuestos químicos si no salen en las etiquetas?
Comprando productos donde sí se especifica que no los contienen. Ayer mismo vi que el gel de Sanex 0% cuesta ya lo mismo que el normal.
En este contexto, claramente mejorable a nivel legislativo, donde además los médicos no alertan de todo este riesgo suficientemente… ¿qué puede hacer el ciudadano?
Informarse. No queda otra.
Entrevista publicada en la Revista Vivo Sano nº14