Cultivamos nuestras emociones, las reprimimos, las negamos, las gozamos, las sufrimos. Y preferimos el dolor a la indiferencia, por lo que muchas veces ésta nos es más dolorosa que cualquier ofensa.
Las emociones forman parte de este programa de aprendizaje que es la vida. Colorean los pensamientos, oscurecen o iluminan los paisajes internos, dan sentido a nuestras relaciones, en las que es más cierto el amor que cualquier afirmación correcta.
Aprendemos del dolor y la alegría, pues aportan un lenguaje mucho más profundo y elaborado que el de las palabras para llenar de significado nuestras vidas.
Más que lo que decimos, el valor del lenguaje es una cierta cualidad que viene de su origen y su modo de expresarlo. Importa más la música que la letra en la danza de la vida. Puedes decirlo de muchas maneras, pero de ningún modo tiene sentido que lo digas de cualquier manera. Si la palabra no es acompañada del sentir reflejado en la mirada puede ser razonable, pero en todo caso será falsa. La verdad no es la apariencia, ni el decreto de lo que ahora llaman post-verdad. Es algo a lo que damos vida con la vida, y tiene nuestra fuerza, nuestra paz o nuestra ira.
TODAS LAS EMOCIONES SON TÓXICAS CUANDO SIRVEN PARA DISFRAZARNOS DE LO QUE NO SOMOS
Podemos decir lo que decimos de memoria, o aún desde el debería, pero si lo decimos en presente, la presencia, el amor, el corazón, cualifican la emoción y la hacen auténtica. La tristeza y las lágrimas son terapéuticas si son auténticas. Y la ira. Y el temor. Todas las emociones son estrategias de aprendizaje. No basta la inteligencia cognitiva sin una inteligencia emocional, pues ese no sé qué que da sentido a la vida, que nos mueve desde adentro y se proyecta convertido en sentido del honor, esperanza, confianza o alegría, tiene que ver especialmente con nuestra capacidad de gestión emocional.
LAS EMOCIONES Y LA FUERZA SERENA
Las emociones entretejen todas nuestras formas de inteligencia. Cómo vivimos y cómo nos sentimos se refleja en nuestro modo de ver el mundo y nuestra realidad. No hay mentira mayor que aquella verdad que se afirma con las palabras y se niega con el corazón. Todas las emociones son tóxicas cuando sirven para disfrazarnos de lo que no somos.
Las emociones son como una chispa que nosotros encendemos. Son como agua que aplaca la sed o nos inunda. Son como el fuego que nos calienta o nos devora. Se avivan con el viento de nuestros propios pensamientos. Podemos resistirnos y luchar contra nuestras emociones, pero también podemos aceptarlas y ser con ellas como fuego que no se quema en el fuego. Como agua que no se inunda en el agua. Cuando controlamos sin reprimir, y aceptamos las emociones como una forma de energía que da fuerza y colorido a la vida, se convierten en un móvil que fortalece nuestros propósitos, en una afirmación que nos arraiga. En una confianza que nos afirma. En la fuerza serena que nos aquieta desde adentro. La emoción puede nutrir una devoción hasta convertirla en consagración que llena de sentido la vida.
DISCRIMINAR A TODOS LOS QUE NO PIENSAN COMO NOSOTROS ES UN SIGNO DE INTOLERANCIA Y ARROGANCIA QUE ENVENENA LA CONVIVENCIA HUMANA
EMOCIONES Y ACTITUDES
El miedo no anda por ahí como una entidad. Ni la envidia, ni la ira. Viven en nosotros dando colorido a los pensamientos, a los sentimientos y a la biología. Somos nosotros mismos los que damos vida a nuestras emociones y las coloreamos como positivas o negativas.
La felicidad no cae del cielo. Podemos elegir ser víctimas o ser aprendices. Se opta por la felicidad a pesar de los dolores y los pesares. Lo que determina si la misma emoción nutre o intoxica es nuestra propia actitud hacia la vida. Con los anteojos oscuros de la víctima todas las emociones son negativas. Con la dependencia del placer todas las emociones nos convierten en víctimas. Las emociones nos pueden liberar o esclavizar. Pueden quedarse retenidas encendiendo el fuego de una gastritis, una colitis, una crisis de celos o una taquicardia. O pueden ascender al corazón y convertirse en la energía que alimenta la inspiración. Si las dejamos pasar son leves y ascendentes y se convierten en una fuente de genuina aspiración. Si las reprimimos o dejamos que nos inunden, todas las emociones se convierten en impulsos negativos que nos poseen.
COMPARTIR LAS EMOCIONES
Así como disfrutamos más de un buen vino al compartirlo, así las emociones se llenan de sentido cuando con ellas tejemos el colchón afectivo que soporta nuestras relaciones. La risa, el buen humor, la alegría, las penas, los temores, todos los estados emocionales se convierten en procesos de aprendizaje cuando los podemos compartir. Las emociones retenidas son tóxicas. Una alegría retenida deja pronto de ser alegría. Una pena contenida es mucho más que una pena, y la ira reprimida se convierte en un movimiento de energía que niega la autoafirmación, su propósito evolutivo original.
MINDFULNESS IMPLICA UNA APROXIMACIÓN INTEGRAL A LA REALIDAD UTILIZANDO LA PLENITUD DE LA ATENCIÓN
EMOCIONES Y COMUNICACIONES TÓXICAS
Hay dos palabras que generaron impacto en el año 2016. La primera fue mindfulness, una de las más empleadas en el ámbito de la medicina, que se refiere a la atención plena. La segunda, post-verdad (post-truth) declarada por el diccionario inglés Oxford la palabra internacional del año 2016. Ésta se refiere a algo que siendo sólo una apariencia de verdad se vuelve más importante que la verdad. Mindfulness implica una aproximación integral a la realidad utilizando la plenitud de la atención. Post-verdad supone que podemos cambiar lo que es real por lo aparente, y así dar status de verdad política a la manipulación o la mentira encubiertas. Ambas palabras revelan el conflicto intrínseco entre una humanidad que avanza descubriendo el valor de ser parte de todo a través de la conciencia plena y otra que regresa a la primitiva creencia, que no verdad, de que no es la cooperación sino la ley del más fuerte lo que explica la supervivencia de las especies, incluyendo al ser humano. Ser más grandes y poderosos, competir en lugar de compartir, discriminar a todos los que no piensan como nosotros es un signo de intolerancia y arrogancia que envenena la convivencia humana.
LAS VERDADES A MEDIAS
Los hechos son los hechos, aunque pretendamos negar su realidad. La verdad puede ser relativa, pero la relatividad no puede alcanzar para convertir cada verdad relativa en una gran mentira. Es lo que sucede con la post-verdad, una verdad acomodada a los intereses de quienes agitan las aguas del terror colectivo, y desde el terrorismo masivo del abuso del poder y la amenaza pretenden combatir el mal del terrorismo. Agitar el miedo colectivo, obnubila la mente, hace emerger los dragones del inconsciente y puede confundir a sociedades enteras. En esto no parece haber mayor diferencia entre los nacionalismos emergentes en Norteamérica, en Europa y en algunos países africanos y suramericanos. Inventar enemigos externos y catástrofes y ver la corrupción por todas partes menos en la propia casa, puede dar excelentes dividendos electorales.
Lo que envenena en este caso no son toxinas externas, ni alimentos contaminados, son las emociones tóxicas que germinan en la tierra del analfabetismo emocional. No bastan ni la inteligencia cognitiva, ni los conocimientos enciclopédicos cuando hemos sido preparados para explotar la tierra, para utilizar a otros y para usufructuar la naturaleza. Hemos sido educados para el éxito a toda costa, para ser mejores que otros, para desarrollar naciones fuertes aún a costa de la miseria de otros pueblos. Y esto es tremendamente tóxico, en lo social, en lo político, en lo personal.
Cuando estamos molestos con algo, experimentamos la molestia en el propio cuerpo. El oleaje de nuestro campo emocional revienta en el acantilado de nuestra biología. El oleaje de nuestro inconsciente colectivo se estrella con el edificio de nuestras superestructuras sociales.
LAS EMOCIONES SON UN FACTOR ACOMPAÑANTE O CAUSANTE DE LA MAYORÍA DE ENFERMEDADES
Una mentira difundida por las redes sociales puede derribar un gigante económico en pocos días. La desconfianza genera catástrofes tanto en el sistema bancario como en nuestras relaciones íntimas. El miedo no sólo produce alteraciones fisiológicas que paralizan el sistema inmune y alteran la circulación en el cuerpo, también explica mortales estampidas. La estampida social actual, en busca de la pseudo-seguridad de las armas y los muros, está provocada por el miedo colectivo que recurre repetitivamente a la creación de fantasmas en forma de enemigos ocultos: paramilitarismo, establishment, comunismo o imperialismo. Para ello tenemos verdaderos expertos en la manipulación del inconsciente colectivo, desde donde es posible activar la toxina paralizante del terror. Demonizar todo lo extranjero, y nutrir así la xenofobia, provoca una reacción nacionalista tan instintiva como irracional.
La verdad es la necesidad de protegernos del terrorismo. La plenitud de la conciencia nos dice que jamás se justifica condenar con los terroristas a millones de inocentes. La mejor defensa es un buen ataque, dirán algunos desde su versión acomodaticia de la justicia y la verdad. Ahora tienen fácil escudarse en la mentira, o post-verdad, de supuestos invasores para perpetuar antiguas injusticias. Aunque no se lo pretenda, mientras más grandes sean nuestras defensas, más poderoso hacemos al que llamamos el enemigo. Mientras más explotemos la naturaleza, más destruiremos la tierra de nuestros hijos. Aunque tapemos el sol de la verdad con artilugios, el efecto invernadero y el cambio climático seguirán siendo tóxicos para la evolución de toda la tierra. Pero es aún más contaminante el recalentamiento interno que vocifera, amenaza y anuncia, como un mal augurio, la bondad de la tortura.
Aparentemente no había explicación para el triunfo de la sinrazón y la post-verdad. Como ha ocurrido con los recientes sucesos que sacuden la política internacional, podemos encontrar la explicación en la demagogia persuasiva de las mentiras que, a fuerza de ser repetidas, se convierten en verdades. La gente termina por creer en lo que revuelve sentimientos primitivos de autoafirmación y pertenencia.
Aunque la identidad nacional y pertenencia a una patria no esté en juego, es una buena táctica para los predicadores de catástrofes regresar a la épica de un pasado glorioso para sacarlos del contexto internacional del presente. Esto daña el sistema vascular del cuerpo de la humanidad, altera su comunicación y conduce al separatismo, retrogradándonos a la primitiva condición del egoísmo racial o nacional, que tanto daño hizo en el pasado. Retrocedemos al primitivo estado de conciencia visceral y nos reducimos a la antigua estrategia evolutiva límbica de atacar para defendernos.
CUANDO EL VENENO ESTÁ EN LOS MEDIOS
En un mundo densamente interconectado, los medios de comunicación tienen una importancia excepcional. Cuando algo sucede, las noticias que vemos u oímos lo modifican a su antojo. Según el colorido del informativo, vemos ya desde los titulares cómo se puede desvirtuar la verdad de los hechos. Estas distorsiones se expanden en segundos por nuestra aldea global.
Usamos la realidad para someterla al filtro implacable de nuestros condicionamientos, metiendo todo en el molde estrecho del pasado. La distorsión de los hechos crea confusión. Si alguien fue impecable en su juego miles de veces y tuvo un bajón ya no vale nada. Cuando alguien se equivoca es un desgraciado. Las pequeñas verdades del momento se disocian de la verdad de la vida. Los condicionamientos de nuestras ideologías son un molde prefabricado para acomodar todos los hechos.
EL VENENO DEL SEPARATISMO
Asignar nuestras incompetencias a los demás como sociedades, individuos o naciones puede tener grandes ventajas en el corto plazo, pero a la larga nos impedirá ser responsables de nuestro propio cambio. Vender la ilusión de que en el mundo de hoy podemos ir solos sin depender de nadie más es una falacia suicida. El veneno del separatismo ha contaminado una sociedad que de nuevo parece descubrir —extraña post-verdad— que el remedio para nuestros males es que dejemos de mirar el mundo y nos miremos todos el ombligo. Nada es socialmente más tóxico que la antigua estrategia del victimismo para justificar el separatismo. Nada más indigno del ser humano que buscar afuera chivos expiatorios para ocultar las propias falencias.
Nada más violento que acusar a otros de la violencia que nosotros mismos hemos atizado a través de la injusticia. Nada más contradictorio que afirmar la propia identidad negando la de otros, y pretender disfrutar de nuestra propia casa clausurando sus puertas. Manipulamos las palabras, les damos un contenido emocional que mueva a la gente más allá de la razón, despertamos pasiones, encendemos el fuego de los egos e invitamos a reclamar nuestros derechos ante todo el mundo sin haber nunca asumido los deberes. Estos tóxicos colectivos envenenan la tierra, afectan nuestras relaciones humanas, y matan la oportunidad de que la justicia sea la tierra fecunda de la paz.
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº14